EL RIESGO DE SER UNO MISMO
Hoy me acordé de
una de esas cosas que a uno le pasan y le dejan enseñanzas que no se olvidan.
Más o menos para finales de la secundaria uno de mis curros adolescentes era
ayudar a confeccionar machetes para los exámenes a los vagos de siete suegras. El
negocio consistía de mi parte en procesar los textos de estudio en mi cabeza y
luego dictar al cliente una apretada síntesis de conceptos fundamentales que el
inaplicado transcribía en un apretado cuadrado de papel apto para cualquier
manga de camisa o pollera tableada de la dama. Como todo negocio cobraba por
ello sin ningún complejo moral al respecto. Ninguna evidencia me perjudicaba
puesto que mi caligrafía no estaba en tela de juicio.
Hubo una vez que
la ñoñez me jugó una mala pasada. Una clase de literatura en la cual había que entregar
una composición sobre un tema que ya no recuerdo. El día anterior había estado
pergeñando con mi mente un esbozo al respecto. Hice el trabajo con cierto
desgano y en un punto sentí la producción del texto forzada y sin poco compromiso.
No volví sobre mis pasos y así quedó mi obra.
El día de
entrega del trabajo, minutos antes del inicio de la clase acudió desesperado mi
cliente alérgico al estudio suplicándome que le compusiera algo en el momento. Era
un día en el cual la astrología no me favorecía y opté por dictarle el primer
disparate compositivo que me vino a la mente sin importarme en lo más mínimo el
éxito o fracaso que pudiera tener ese opúsculo delirante.
El día de la
entrega de la nota de las composiciones fue un verdadero cachetazo. Un tres para
mí. Un diez para mi cliente. Fue un momento en el cual nadie entendía ni creía
nada y ese nadie incluía a la profesora, al aprobado, al reprobado y al resto
del curso por esa extraña inversión de lo que unos esperaban de todos y de lo
que todos esperaban de uno.
Hubo muchos
testigos de mi acto de improvisación que benefició a quien no lo merecía y me
rogaban que confiese lo sucedido. Pero tengo códigos.
Opté por dejar que
el muchacho disfrute su diez, quizás el único que tuvo aparte de catequesis.
Yo opté por aprender
del error haberme confiado en aprobar con un trabajo que no era yo.
Creo que fue
aquella vez en que aprendí por primera vez – luego hubo muchos otros aprendizajes
y revivals- a confiar en que lo más auténtico de uno es aquello que sale
de adentro sin ningún esfuerzo y sin ningún miedo y que allí, donde hay
demasiado esfuerzo y demasiada explicación NO ES. También me permitió valorar tiempo después el
maravilloso arte de la improvisación. Aquel dictado fue un auténtico ejercicio
de palabras que se sucedieron unas tras otras casi sin intervención de la
razón. No importa el texto, ni el tema ni lo que haya sido, pero de seguro a la
docente le bastó para que eso mereciera la mejor nota de la clase. Pero algo así
lo entendí con los años y necesité otros tantos años para ejercerlo con un poco
de mayor fluidez. Siempre se improvisa sobre algo pero a ese algo hay que entenderlo
y ese algo es uno mismo y debemos saber adónde vamos. Para saber a dónde vamos
debemos dejar de darle importancia esos dedos que nos decían “es por ahí”. Se traba
de agradecer la indicación y luego, sin ser desagradecidos, seguir nuestro
propio camino por donde tomar el riesgo de ser uno mismo.
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