EL PROPOSITO
Desde que el sol sale hasta que se pone, todos mis días son iguales. Sólo veo el transcurrir de esa bola incandescente que pasa y pasa en una casi igual trayectoria por el mapa celeste. Así las noches. Percibir sin mengua alguna en mi alma las fases de la luna entera, creciente, menguante y nueva o inexistente y las mismas putas constelaciones del sur. Y yo aquí, una bola de carne inerte. Un culo triste aplastado en un taburete en medio de un pasto seco mojado astillado por la escarcha de un invierno climático y del alma. Soy un fracaso con un culo en dos dimensiones.
Así días y días. Una existencia con ojos. Un punto fijo mirando el tiempo transcurrir mientras por allá todo se va al carajo. En esta inmensa pampa de soledad estoy lejos del quilombo. No lo oigo, lo lo veo, no lo percibo, pero sé que esta allí. Una creciente paz armada Una posguerra de muros vigilados por panópticos multiplicados como ojos de moscas que miran con al mínimo detalle los dobleces mas recónditos de lo que siente tu corazón.
Se está pudriendo todo allá y a todos, parecería, les gusta esa pudrición, nadar en esa mierda, sufrir voluntariamente la dulce viscosidad que el escafismo – esa olvidada tortura decretada por el déspota megalómano- produce en sus vidas. Allí, donde debería haber rebelión, hay sumisión y agradecimiento. Agradecen que los conminen a la pudrición. Agradecen que les metan un dedo en el ojete. Agradecen ser multitudes que ejercen la prostitución ad-honorem. Ser bruto es un emblema que se enaltece con el blasón del títere genuflexo. Agradecen ser una gente de mierda que se excitan con la miseria del prójimo. Agradecen que lentamente los conviertan en excrementos andantes. Se sienten merecedores de todo eso y dicen que esta bien que todo se así. Si total, para mierda fueron mierda siempre. Al menos hoy son mierda con conciencia de sí.
El sol transcurre, un viejo bombardero que surca el cielo lo tapa por un momento y mis ojos absorben las sombras de sus alas reactoras. Y yo aquí, aplastado, carne sin destino, viendo los días pasar, viendo la muerte volar acunada en un vientre nuclear yendo a parir el calor del infierno en alguna provincia disidente que pagará su contrariedad con su inexistencia. Y yo aquí, sin existir en mi magnífico colchón de soja de primera.
Ya pagué todo, ya tengo todo y estoy podrido de gastar perdiendo en casinos virtuales. Podría estar mil años perdiendo y seguir siendo ganador. Por hoy ya me consumí consumí todas las redes sociales haciendo un streaming buscando la aceptación de bots previamente pagados. Ya invertí todo en criptomonedas y soy un gráfico en rojo que nada en la abundancia. Soy asquerosamente rico e tristemente pobre. Lo tengo todo y no tengo nada.
Aquí estoy harto de ver la luz del día, la hermosa luz de la luna y de estar aquí sentado en mis inmensas hectáreas de tierra fertil pampeana atiborradas de silobolsas.
Es que a esta altura ya no hay lugar para tender puentes ni para armar un fuego en los cuales la palabra fluya como la llama que se escapa del leño. No hay lugar para el poder de la palabra y lo más piadoso que que podemos dar es un seco balazo a quien tenemos enfrente. De esta inercia solo se sale con el fin del intercambio, con la celebración de una nueva civilización donde prevalezca el que no muera.
Vuelve el avión que me roba luz y me regala un poquito de sombra en el fulgor del cadalso ardiente. Un poco de sombra que mitigue aquel hongo de luz y vapor que por allá brama como un gigante radiante que eructa fuego y átomos. Ha nacido la muerte de los díscolos por allá donde había una provincia. La patria es el otro, pero un otro bien muerto. Al final, no era tan difícil convencer a esos ranchos jacobinos. Menos mal que estoy lejos de todo eso aquí en mi nada misma. A todo el mundo les pareció bien eso. Están todos contentos y dijeron que era lo que tenía que pasar y lo que había que hacer. Lo vi en tik-tok.
Y yo miro y ya me cansé se ser un poco de toda esa procrastinación y de ese insulto a la humanidad misma que es pertenecer a una hermosa bolsa de bosta acomodaticia en que nos puesto de acuerdo ser.
El hongo se apagó y sólo una ceniza violeta fosforescente cae en mis pupilas extraviadas y sin color. Y de repente siento una iluminación y un propósito que me distrae del ostracismo y me expulsa de la sociedad del cansancio.
Solo el brillo del machete afilado en la piedra me devuelve a los ojos la ilusión de un propósito: Matarlos a todos. A todos y cada uno. Hijos de remilputa. Y si en esta la quedo, me lo merezco por ser un poco como ellos. Allá voy.
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