EL EXORCISMO
EL EXORCISMO
Dedicado a mi amigo Fabián Ariel Gemelotti
El arte, como tal, es un ritual de exorcismo. Imposible pensarlo de otra manera. Uno saca para afuera lo que tiene adentro. Habrán voces que dirán que es injusto equiparar el arte a una liturgia cristiana pensada para expulsar los demonios. Yo responderé que Lucifer es un angel caído del cielo y que por lo tanto el arte, en tanto y en cuanto exorcismo bien puede ocuparse de expulsar los ángeles y los demonios que llevamos adentro.
Y esa liturgia de la expulsión casi siempre es un acto que se urde en la más críptica soledad. Desconfío en el arte en colaboración por que allí no se expulsa ningún demonio sino que usualmente suele crearse monstruos que buscan devorar los egos que se conjugan en ese espacio de la fatalidad y la impostura.
Un artista que se precie necesita de la más absoluta soledad para crear, para exorcizar, para liberarse de los seres ominosos, numinosos, luminosos y apabullante que pueblan los laberintos de nuestra mente buscando carroñar los residuos de nuestros pensamientos diarios.
Así las cosas, el artista hurga más y más en una cavidad de de soledad buscando exorcizar más y más la legión de esos seres que no dejan reptar en los intersticios de la calota creaneana. A mayor distancia del pozo mayor es la separación del artista del resto de los mortales. Aquel, en busca de la luz más pura para poner en su obra, traza a su vez una brecha insondable que lo separa del resto de la humanidad que consumirá su genialidad pero dificilmente comprenderá la distancia que lo separa de la genialidad.
J.D. Salinger, conocido principalmente por su novela "El guardián entre el centeno", se convirtió en un ermitaño literario, retirándose de la vida pública y evitando la atención mediática después de la publicación de su obra más famosa. Se mudó a Cornish, New Hampshire, y vivió de forma aislada, rechazando entrevistas y evitando la exposición. Rios de tinta se han escrito por esa actitud esquiva del escritor. Y si tanto se escribe sobre un detalle así es por que hay gente que aún no comprende la enorme grieta que separa al artista de la manada de estúpidos que lejos de leer el libro quieren haberlo leído como decía el Negro Dolina.
No pocas veces, el artista suele hallarse en la tremenda encrucijada verse obligado a tender un puente que una la puridad de su genialidad con el resto de las estúpidas hordas de humanos que han leído en el mejor de los casos o quieren haber lo leído en el peor. Presiones del editor, presiones del éxito o la simple necesidad económica los lleva a ser un improvisado ingeniero que una la genialidad con la imbecilidad y, en el caso de la literatura suelen llamarse presentaciones de libros.
A las presentaciones de libros van imbéciles a los cuales lo que menos les interesa es leer porque aman leerse a ellos mismos y la mayor aspiración que tienen es tener un libro autografiado que será depositado en un anaquel donde nunca será leído.
Y en esa encrucijada se encontraba Fabián. Su obra, finalmente, tenía la plataforma de despegue necesaria para despegar al Olimpo merecido que coronaría su faena de escritor maldito. Pero el editor, como un Mefistófeles ante su incauto Fausto puso el precio a su gloria: “Tenés que presentar el libro y responder preguntas”. El hijo de puta sabía que lo que le pedía a Fabián era lo peor que se le podía pedir. Porque sabía que le podía pedir que escribiera lo que quiera, pero interactuar con la gente no. Un escritor no puede estar a disposición del lector. Es exactamente al revés. El lector es un esclavo del escritor y él debe someterse sin miramientos. Leer es, ante todo, adoptar un acto de sumisión y sumo respeto al escritor que deja su vida en sus hojas. Todo lo que el escritor quiso decir ya lo digo en su obra y someterse a una presentación y a una ronda de preguntas era, directamente, un insulto a la creación del artista, insulto a ese exorcismo al cual voluntariamente se inmoló en vida. Por que quien deja su vida en su obra no merece sino respeto y ser leído en el más prístino silencio.
Ahogado en cruel paradoja cavilaba Fabián en cómo acometer tal empresa. Estar tan cerca del despegue literario que se podría traducir en una gran venta de su obra pero que el precio a pagar fuera la denigración de exponerse a una caterva de imbéciles aduladores que leerían su libro como con una superficialidad que insultaría la honda búsqueda del significado para el cual sacrificó parte su espíritu y peor aún las posibles preguntas estúpidas que debería responder a la turba chata y bruta que lo circunvalaría. Solo era un paso, atravesar ese desierto y luego podría hacer la gran Salinger. Pero para Fabián ese precio era sumamente oneroso era, directamente, una condena a la muerte.
El requisito del editor era inflexible. Era SI o No. Si, y el despegue y la muerte y la guita. No y el ostracismo y una vida sin el reconocimiento merecido y la pobreza.
Pero siempre, querido amigo, el arte santa y salva. Fabián concibió que hay que colaborar con lo inevitable. Decidió que haría la presentación de su libro y solo exigió una serie de condiciones. Él se encontraría adentro de una jaula, previamente cerrada con candado con una tercera persona quien debería irse con la llave y volver una vez terminada la exposición. El vestiría una enorme y amplia sotana de monje negro adentro de la jaula. Por último solicitó que una vez comenzada la presentación las puertas de la sala se cierren con llave hasta su culminación. El editor, feliz de haber conseguido su objetivo no puso reparos a los requisitos de Fabián.
El gran día llegó, la amplia difusión de redes sociales colmó la sala de gente interesada por conocer al esquivo polígrafo de barrio Azcuénaga. La sala colmada se cerró con llave. Expectante silencio de intriga. Enjaulado, el artista entró enjaulado y con un amplio hábito negro tapando su humanidad. A su derecha, el editor, quien oficiaría de entrevistador y moderador del intercambio de preguntas y respuestas.
El público estalló en risas y chismes socarrones en voz bajita ante la rasputinesca puesta en escena. El artista, la fiera enjaulada, la carne de la literatura. Allí, enjaulada y envuelta en sotana negra ante la muchedumbre expectante y muerta de risa de hienas.
Se
dió comienzo a la presntación del libro maldito, unos inútiles
elogios, una consideraciones ultraprocesadas y la primera pregunta al
escritor enjaulado “Fabián: ¿En qué te inspirastes?”
Y la risa explotó del hábito. Una risa indetenible. Una risa que tumbaba el puente. Una risa del escritor que primero contagió a todos y cuya continuidad, luego, comenzó a asustar. El artista enjalado comenzó a estallar en espasmos y la risa continuaba, las otras risas desaparecieron cuando el rostro del artista asomó desde la capucha maquillado como el Guasón y fue en el preciso instante en que la ráfaga de metralla destrozó el hábito negro cuando el rostro del espanto y de la muerte comenzó a aparecer entre la muchedumbre que lentamente se iba convirtiendo en cadáveres acumulados buscando salir por la puerta meticulosamente cerrada a pedido del artista. La ametralladora estaba tan hirviente como su pene en el momento de la muerte.
Hop Frog, de Poe, nadie lo entendería.
Demás está decir que las masacres generan más exitos y reconocimientos que la cobardía.
Comentarios
Publicar un comentario