EL MINARETE

 Cierta vez recorría las abarrotadas habitaciones de un anticuario. Acostumbrado a ver más de lo mismo poco y nada de tanta antigualla acumulada apetecía mi deslumbramiento. Deslucidos ornamentos de alabastro, caireles amontonados en una ponchera de cristal de bohemia, candelabros sin lustre y querubines de alas mutiladas formaban un océano de estilos acumulados con estrépito. 

Así anduve respirando el moho de glorias derruidas. Llegando a la habitación más distante mis ojos se posaron en un tapiz persa desplegado a lo ancho y largo de la pared del fondo. Ni las penumbras ni la falta de aseo lo habían deslucido del todo. Su rica textura entretejía un paisaje lacustre sobre el cual se erguía sobre un páramo yermo la rica arquitectura de un minarete solitario y huérfano de toda otra construcción. Una rica filigrana de detalle mostraba cinco pisos con tres ventanas cada uno. En cada ventana se adivinaba un escribiente. Tal era el detalle del dibujo y tan exquisita su precisión que con un poco de esfuerzo lograba leerse la caligrafía de cada escriba.

Ciertos conocimientos del árabe me permitieron comprender que las redacciones de esos oficiales plasmaban las voluntades de sus superiores para con sus subordinados. Ricas florituras y pomposos ademanes gramáticos coloreaban decisiones poco felices de manera tal que el condenado a morir agradecía su destino. Así podían leerse las detalladas líneas de cada escriba en su faena amanuense.  Tal era la descripción exacta de la mitad del tapiz.

La otra mitad de la alfombra reflejaba al minarete de oficios en el agua mansa del lago. La réplica líquida del minarete descendía en el agua con la misma soberbia que el original se erguía sobre el cielo de Alá y con la misma exactitud espejaba las ventanas y los escribas respectivos con su propia labor escritural. Quiso el destino en ese momento darme un rapto de lucidez para darme una revelación. El agua espejaba la caligrafía de cada escriba en sentido inverso, pero mi memoria es un compendio de datos inútiles e imágenes sin valor que sin embargo recordó ciertas volutas y grafemas de algunos escribas reflejados que no eran correspondidos con los escritos por los escribas reales. Dicen que el diablo está en los detalles y tenía una enorme necesidad de ver al diablo. Atacado de ansiedad hurgué entre los trastos que pululaban en el anticuario hasta dar con un espejo de mano que me permitió acceder a la maravillosa revelación y conocí la cara del diablo en los reflejos del agua serena.

En el mundo real los escribas del minarete ensalzaban las sabidurías y los laudos de los jerarcas para los cuales se asalariaban y escribían para la postrera eternidad los rumbos que dictaban los mandados a liderar.

En líquido mundo espejado, los escribas de agua, dejaban perfectamente asentado todo lo contrario: Insensatos mandatos rebuznados por asnos vestidos con toga púrpura que ordenaban escribir sus asnadas para jactarse ante los demás asnos para ver quién de ellos era el más miserable y cruel.

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