6 DE ENERO

 Con el tiempo uno va metiendo recuerdos y sentimientos en la sesera como si de ropa al lavarropa se tratara. Y no hablo de lo sucio, sino del revoltijo que suele armarse entre textiles y agua jabonosa. Así con las vivencias. Seis de enero es día de reyes, pero en mi cabeza siempre fue el día en que comenzaba el festival de doma y folclore de Jesús María – “Los reyes vendrían para el festival” / Sembrando el amor, regando la paz”.

Cuando era chiquito por casa los reyes no pasaban. Jamás me tuve que preocupar por el pasto y el agua. Eran  tradiciones que nunca me enseñaron y que aprendí cuando ya no creía en Papá Noel y tenía bien en claro que los camellos tenían dos jorobas, los dromedarios una y que ambos podían prescindir del agua por varios días. Nunca existió para mí la magia contractual de dejar forraje y agua el cinco y recibir el seis algo que pedí por correo postal. Previsoramente, ocultar ciertos rituales cristianos tenía que ver con una cuestión de preservarme del consumismo capitalista por parte de mis padres. Punto para ellos.  

Pero los seis de enero comenzaba Jesús María. Y mi infancia esperaba un poco ese festival y no era porque me gustara el folclore de pequeño, más bien me resultaba ajeno muy a diferencia de mis padres. Me entretenía un poco era la jineteada y los paisanos reventándose el coxis en la superficie terrestre.

Esas diez noches eran un pequeño ritual de la escasez. Y es que no había mucho por hacer en esa mitad de los años ochenta. La televisión por cable era un servicio de lujo, padre docente, madre ama de casa y tres hijos viviendo en el tercer piso de aquella escuela de la capital santafesina sin ascensor. Toda la frescura posible venía de una manguereada en el piso de ladrillo y una escueta pelopincho al final del mínimo patio de la casa del director. Solo así podía mitigarse la canícula imperdonable de la ciudad de Santa Fe.  

Diez noches mirando frente al Toshiba color de 14 pulgadas el festival de Jesús María que ATC transmitía siempre y cuando no hubiera racionamiento de energía. Y es que no había mucho más para hacer que mirar ese Festival y luego esperar el otro ritual de Cosquin unos días después. Y así durante muchos años. Años después nos fuimos y, pese a que no me gustaba mucho el folclore siempre estuve como siguiendo las transmisiones, aunque mucha bola no le diera. Pero ahí estaba mi familia, todos siempre siguiendo con mayor o menor atención esos festivales folclóricos.

Y los seis de enero no son para mí ni los reyes ni el folclore ni los jinetes cayéndose de culo al suelo. Era como prender un fuego de un ritual donde nos juntábamos a compartir lo poco, pero juntos.

 

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